La historia de antiguas civilizaciones, en forma de leyendas y mitos, forma parte de la herencia cultural y religiosa en nuestro  planeta. Historias que hablan de dioses que vinieron a la Tierra y regresaron a los cielos. Y es especialmente relevante lo que hace referencia  a las tierras desde las que se supone partieron a los cielos, tales como el Próximo Oriente o  América. E incluye tanto a los dioses partidarios del dios Enlil como a los partidarios del dios Enki (ver los distintos artículos sobre Sumer en este blog). En Sudamérica, la deidad dominante fueViracocha (‘Creador de Todo’). Los antiguos aymaras de los Andes decían de él que su morada estaba en Tiwanaku (Tiahuanaco), y que les dio a las dos primeras parejas una vara de oro con la que pudiesen encontrar el lugar para fundar Cuzco, la futura capital Inca, en donde se debería ubicar el observatorio de Machu Picchu y otros lugares sagrados. Y una vez hubo realizado lo que tenía previsto, abandonó la Tierra. La magnífica construcción, que simulaba un zigurat cuadrado con sus esquinas orientadas hacia los puntos cardinales, señaló entonces la dirección de su eventual partida. Y todo parece indicar que el dios de Tiwanaku era Teshub/Adad, dios sumerio/hitita, el hijo menor del dios Enlil.

En Mesoamérica fue Quetzalcoatl, la ‘Serpiente Emplumada’, el que les dio la civilización. Y, todo parece indicar que se trataba del dios egipcio Toth (Ningishzidda para los sumerios), el hijo de Enki, quién, en 3113 a.C. trajo a sus seguidores africanos para fundar la civilización en Mesoamérica. Aunque el tiempo de su partida no ha sido especificado, tuvo que coincidir con la desaparición de sus seguidores africanos, los Olmecas, y el simultáneo nacimiento de los mayas, hacia el 600 a.C. La leyenda dominante en Mesoamérica era su promesa de retornar en el aniversario de su Número Secreto 52. Y así fue que, a mediados del primer milenio a.C., la Humanidad se encontró sin sus venerados dioses.  Y la pregunta fue: ¿cuándo volverán?  La Humanidad se agarraba de la esperanza del Retorno y buscó un Mesías. Los Profetas prometieron que ello sucedería en el Fin de los Días.

Los anunnakis llegaron a ser 600 en la Tierra además de otros 300 igigis, ubicados en las naves estacionadas en el espacio, alrededor del planeta. Su cantidad fue decayendo después del Diluvio y en especial luego de la visita del dios supremo Anu cerca del 4000 a.C. De los dioses nombrados en los primeros textos sumerios y en las largas listas de dioses, pocos quedaban a medida que los milenios se iban sucediendo. La mayoría volvió a su planeta original y otros, a pesar de su aparente inmortalidad, murieron en la Tierra. Entre los fallecidos podemos mencionar a los derrotados Zu y Seth, el desmembrado dios egipcio Osiris, el ahogado Dumuzi o la diosa Bau, afectada por una explosión nuclear. La partida de los dioses anunnakis cuando Nibiru volvió a acercarse fue un final dramático. Los tiempos gloriosos, cuando los dioses residían en recintos sagrados en las ciudades de los hombres, cuando un faraón afirmaba que un dios conducía su carruaje o cuando un rey asirio hacia alardes de la ayuda del cielo, se habían terminado. Ya en los días del Profeta Jeremías (626-586 a.C.), las naciones alrededor de Judá recibían la mofa por venerar no a un ‘dios viviente’ sino ídolos hechos por artesanos en piedra, madera y metal; dioses que necesitaban ser transportados porque no podían caminar. En la partida final, ¿qué dioses Anunnaki permanecieron en la Tierra?

Según los textos e inscripciones sólo podemos estar seguros de que permanecieron Marduk y Nabu descendientes de Enki, mientras que por parte de Enlil parece que permanecieron  Nannar/Sin, su esposa Ningal/Nikkal y su asesor Nusku, y probablemente también la diosa Ishtar.  En cada lado de la gran división había ahora un solo Gran Dios del Cielo y la TierraMarduk por los partidarios de Enki y Nannar/Sin entre los partidarios de Enlil. La historia de Nabu-Na’idel último rey de Babilonia, refleja la nueva situación. Fue escogido por Sin en su centro de culto en Harán, pero requirió la aprobación de Marduk, en Babilonia, y la confirmación celestial mediante la aparición del planeta Nibiru. Este divino reinado compartido puede haber sido un intento de un doble monoteísmo, pero su inesperada consecuencia fue plantar la semilla del Islam. La documentación histórica indica que ni los dioses ni la gente estaban felices con estos arreglos. Sin, cuyo templo en Harán fue restaurado, pidió que su gran templo zigurat en Ur debería ser reconstruido y llegar a ser el centro de culto; y en Babilonia, los sacerdotes de Marduk se levantaron en armas. Una tablilla en el Museo Británico denominada “Nabunaid y el clero de Babilonia” contiene una lista de acusaciones de los sacerdotes Babilónicos contra Nabuna’id. Los cargos van desde asuntos civiles, tales como ‘la ley y el orden no son promulgados por él’, pasando por negligencias económicas ‘los granjeros están corruptos’ o  ‘los caminos comerciales están bloqueados’, y una falta de seguridad pública ‘los nobles son asesinados’, hasta cargos más serios, como sacrilegios religiosos: “Hizo una imagen de un dios que nadie ha visto antes en la tierra. La colocó en el templo, elevada sobre un pedestal, la llamó por el nombre de Nannar, con lapislázuli la adornó. Coronada con una tiara en forma de una luna eclipsada, haciendo con sus manos el gesto de un demonio”.

Las acusaciones decían que era una extraña estatua de una deidad nunca vista antes, ‘con cabellos que llegaban hasta el pedestal’. Para los sacerdotes resultaba tan inusual e indecoroso, que incluso Enki y Ninmah (quienes habían creado extrañas criaturas cuando intentaban crear al Hombre) ‘no podrían haberla concebido’. Era tan rara que ‘ni siquiera el instruido Adapa podría haberla nombrado’. Para empeorar las cosas, dos inusuales bestias fueron esculpidas como sus guardianes: uno un ‘demonio del Diluvio’,  el otro “un toro salvaje”. Entonces el rey tomó esta abominación y la colocó en el Esagil del templo de Marduk. Aun más ofensivo fue el anuncio de Nabuna’id de que, desde entonces en adelante, el festival Akit, durante el cual eran recreados la muerte, resurrección, exilio y triunfo final de Marduk, ya no se celebraría más. Declarando que el ‘dios protector de Nabuna’id se hizo hostil a ellos’ y que ‘el anterior dios favorito estaba ahora condenado a la desgracia’, los sacerdotes babilónicos forzaron a Nabuna’id a exiliarse de Babilonia ‘a una región distante.’ Es un hecho histórico que Nabuna’id abandonó Babilonia y nombró a su hijo Bel-Shar-Uzur (el Beltsassar del bíblico libro de Daniel) como regente. La ‘región distante’ a la que se autoexilió Nabuna’id parece que fue Arabia. Según inscripciones halladas, su séquito incluyó a judíos exiliados en la región de Harán. Su base principal estaba en un lugar llamado Teima, un centro de caravanas situado  en el noroeste de la actual Arabia Saudita y que es mencionando varias veces en la Biblia. Excavaciones recientes han encontrado allí tablillas cuneiformes atestiguando la estancia de Nabuna’id en Arabia.

Nabuna’id fundó otros seis asentamientos para sus seguidores y cinco de las ciudades fueron consideradas posteriormente ciudades judías por escritores árabes. Una de ella era Medina, la ciudad donde Mahoma fundó el Islam. La influencia judía en la historia de Nabuna’id ha sido reforzado por el hecho que un fragmento de los Rollos del Mar Muerto, encontrados en Qumran, junto al Mar Muerto, menciona a Nabuna’id y afirma que estaba sufriendo en Teima de una ‘desagradable enfermedad en la piel’ que fue sanada sólo después que ‘un judío le dijera que rindiera honor al Dios Más Elevado’. Todo esto ha llevado a la especulación que Nabuna’id estaba creando el monoteísmo; pero para él el Dios Más Elevado no era el Yahveh judío, sino su benefactor Nannar/Sin, el dios Luna, cuyo símbolo de la luna creciente ha sido adoptado por el Islam. El paradero del dios Nannar/Sin ya no se cita en los documentos mesopotámicos después de la época de Nabuna’id. En unos textos descubiertos en Ugarit, una antigua ciudad cananea situada en la costa mediterránea de Siria, ahora llamado Ras Shamra, describen al dios Luna como un dios retirado, junto con su esposa, a un oasis situado entre dos mares. Es bastante evidente que la Península de Sinaí se llama así en honor al dios Sin y su principal centro de cruce de caminos esta dedicado a su esposa la diosa Nikkal, ya que el lugar es llamado Nakhl, en árabe. Todo parece indicar que la anciana pareja se retiró a algún lugar de la costa del Mar Rojo, probablemente cerca del golfo de Eilat.

Los textos de Ugarit se refieren al dios Luna como “EL”, muy probablemente  relacionado con el Alá del Islam, ya que su símbolo era la  luna creciente, similar a la que puede verse en las mezquitas musulmanas. Y según la tradición, las mezquitas están flanqueadas por minaretes que parecen grandes cohetes. Nabuna’id y sus descendientes también estuvieron vinculados a la emergencia en el escenario del mundo antiguo de los persas, nombre dado a un conjunto de pueblos situados en la plataforma iraní y que incluían las viejas Anshan y Elam sumerias y la tierra de los Medos, responsables de la desaparición de Asiria. Fue en el siglo sexto a.C. que una tribu llamada los Asmodianos por los historiadores griegos emergió al norte de aquellos territorios, los invadió y los unificó para convertirlos en un poderoso imperio. Aunque racialmente son considerados indoeuropeos o arios, su nombre tribal derivaba de sus ancestros Hakham-Anish, que significa ‘Hombre Sabio’ en hebreo semítico, un hecho que se atribuye a la influencia de judíos exiliados pertenecientes a las Diez Tribus que habían sido reubicadas por los asirios en esa región. Los Persas Asmodianosaparentemente adoptaron el panteón sumerio-acadio, que era semejante a la cultura Hurrian-Mitannian, lo que lo relaciona con los Vedas indoarios, escritos en sánscrito. Y ellos también creían en un Dios Más Elevado al que llamaban Azura-Mazda (‘Verdad y Luz’).

Mitani (o Mitanni) fue el nombre de un antiguo reino ubicado en el norte de la actual Siria, también conocido como Naharina. Este nombre se utilizó más adelante para designar a la región comprendida entre el río Khabur y el río Éufrates en la época neoasiria. El río Khabur, también llamado Habor o Habur es un afluente del río Éufrates que nace en el sudeste de Turquía y fluye durante 486 kilómetros por este país y por Siria hasta unirse al Éufrates. En la actualidad, el valle del Khabur es una región muy importante de Siria, ya que sus 16.000 kilómetros cuadrados de tierra cultivable albergan la zona que más trigo produce del país.  Mitani fue un estado feudal dirigido por una nobleza guerrera que llegó a adquirir una gran importancia en torno al 1600 a. C., debido a su privilegiada situación a orillas del río Orontes y entre los imperios asirio, egipcio e hitita. Mitani se extendía desde Nuzi (la moderna Kirkuk) y el río Tigris en el este, hasta Alepo y Siria en el oeste. Su centro estaba en el valle del Khabur, con dos capitales: Taidu (o Taite) y Washshukanni, denominada en fuentes asirias como Ushshukana, que aún no ha sido encontrada. Su clima era muy parecido al asirio y estaba poblado por hurritas y otras gentes que hablaban el lenguaje de los amorreos (Amurru).

Desde los tiempos de los acadios, los hurritas vivían al este del río Tigris en la zona norte de Mesopotamia, y en el valle del Khabur. Se los menciona en los textos encontrados en Nuzi, en Ugarit y en los archivos hititas de Hattusas. Textos cuneiformes de Mari mencionan gobernantes de ciudades-estado del norte de Mesopotamia con nombres en amorita (amurru) y hurrita. Mari (moderno Diga Hariri, en Siria) era una antigua ciudad Sumeria y Amorita, situada 11 kilómetros de noroeste de la moderna ciudad de Abu Kamal en el lado occidental del río Euphrates. Se piensa que estuvo habitado desde el 5º milenio a.C., aunque su principal prosperidad fue entre el 2900 a.C. y el 1759 a.C.  Se cree que las tribus enemigas hurritas y las ciudades-estado se unieron bajo una sola dinastía, gobernada por una élite indoeuropea, tras el colapso de Babilonia debido al saqueo hitita de Mursili I en 1595 a. C. y la invasión de los casitas. Los casitas (kashshû) fueron un pueblo antiguo que llegó a Mesopotamia. Se convirtieron en la dinastía reinante en Babilonia (o Karduniash, como ellos la llamaban), desde aproximadamente 1531 a. C. hasta el año 1155 a. C., en que fueron derrocados por los elamitas. Su conquista de la vieja Babilonia de Hammurabi y el territorio mesopotámico con sus diferentes ciudades-estado dio lugar a lo que se podría llamar el estado territorial de Babilonia en la mitad sur de Mesopotamia, cuya rivalidad con el estado de la mitad norte, Asiria, configurará el futuro de la región.

La conquista hitita de Aleppo, la debilidad de los reyes asirios del momento y las luchas internas de los hititas crearon un vacío de poder en el norte de Mesopotamia. Esto llevó a la creación del reino de Mitani. Los nombres arios se reflejan sobre todo en la onomástica de los reyes y de los dioses mitanios. Por otra parte, el componente hurrita fue el transmisor de la vieja cultura sumeria. La primera mención escrita de Mitani o Khanigalbat figura en la versión acadia de los textos hititas de Bogazköy, correspondientes al reinado de Hattusili I. Khanigalbat y Mitani se usan indistintamente, aunque el primer término es más antiguo. Asimismo, Khurri y Mitani son términos estrechamente relacionados, pues corresponden a territorios vecinos de la misma comunidad lingüística, habitualmente gobernados por el mismo monarca. Sin embargo, geográficamente, Hurri se corresponde con la Alta Siria, entre el Cáucaso y el lago Van, mientras que Khanigalbat está en la Alta Mesopotamia, al norte y nordeste de la anterior, entre los ríos Tigris y Éufrates.

La idea que se tiene de la historia de Mitani es nebulosa, porque se dispone de pocos datos, y además proceden principalmente de las cartas de Amarna y las introducciones históricas de varios tratados hititas hallados en Bogazköy. El estado de Mitani llegó a adquirir una importancia capital en torno al 1600 a. C. debido a su privilegiada situación entre los imperios Asirio, Egipcio e Hitita. Alcanzó su máximo poder en el siglo XV a. C., expandiéndose al sudoeste hacia Siria, donde logró contener a Egipto, hasta ser sustituido por Hatti como potencia dominante en el siglo XIV a. C. Contando con un ejército que introdujo mejoras determinantes como los carros de guerra y una potente caballería, la maquinaria bélica Mitani infligió varias duras derrotas al poderoso Egipto faraónico y llegó a invadir Asiria (hecho que aún los historiadores no se explican dado el potencial bélico del imperio semita). Pero Mitani no conseguiría mantener su territorio a salvo de conquistas. Por un lado, el territorio entre el alto Éufrates y el Tigris había sido objetivo de la expansión hitita desde los tiempos de Hattusili I. Por otro lado, tras las derrotas de los hicsos, los faraones egipcios trataron de reconquistar los territorios que una vez poseyeron en el norte de Siria. El auge hitita y los conflictos dinásticos de Mitani debilitaron el reino, siendo subyugado por una resurgida y poderosa Asiria, tan solo 250 años después de su surgimiento. Nos dejaron un valioso legado destacando su organización administrativa innovadora y un refinado arte con influencias diversas, tanto arias como semitas y egipcias.

En 560 a.C. murió el rey arameo y su hijo Kurash lo sucedió en el trono y dejó su huella en sucesos subsecuentes. Le llamamos Ciro; pero la Biblia lo llamó Koresh y lo consideró un emisario de Yahveh para conquistar Babilonia, derrocando a su rey, y reconstruyendo el destruido Templo en Jerusalén. “Yo soy el que dice a Ciro: «Tú eres mi pastor y darás cumplimiento a todos mis deseos, cuando digas de Jerusalén: “Que sea reconstruida” y del santuario: “¡Coloca los cimientos!»” Así dice Yahveh a su ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante él a las naciones y desceñir las cinturas de los reyes, para abrir ante él los batientes de modo que no queden cerradas las puertas. Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro. Te daré los tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre. A causa de mi siervo Jacob y de Israel, mi elegido, te he llamado por tu nombre y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas”.

Ese dramático  fin del reinado babilónico fue predicho en el Libro de Daniel. Exiliado en Babilonia, Daniel estaba sirviendo en la corte de Baltasar cuando, durante un banquete real, apareció de la nada una mano misteriosa y escribió en el muro MENE MENE TEKEKL UPHARSIN. Asombrado, el rey llamó a sus magos y videntes para descifrar el significado de la inscripción, pero ninguno pudo. Como un último recurso, fue llamado Daniel, que dijo al rey el significado de la inscripción: “Dios ha pesado Babilonia y su rey y encontrándolo falto de peso le ha puesto fin, numerado sus días; el reino encontrará su fin a manos de los Persas”. En 539 a.C. Ciro atravesó el Tigris y penetró en Babilonia, avanzó sobre Sippar, donde interceptó a Nabuna’id, y entonces, afirmando que lo había invitado el mismo Marduk, entró en la ciudad de Babilonia sin pelear. Fue recibido por los sacerdotes que lo consideraron un salvador del herético Nabuna’id y su hijo. Ciro ‘cogió las manos de Marduk’ como signo de homenaje al dios. Pero además, en una de sus primeras decisiones, anuló el exilio del pueblo de Israel, permitió la reconstrucción del Templo en Jerusalén y ordenó devolver al Templo todos los objetos rituales que habían sido saqueados por Nabucodonosor. Una vez regresaron los exiliados, bajo el liderazgo de Ezra y Nehemiah, completaron la reconstrucción del Templo, desde entonces conocido como Segundo Templo, en 516 a.C., exactamente, como fue profetizado por Jeremías, setenta años antes que fuera destruido el Primer Templo.

La Biblia considera a Ciro un instrumento de los planes de Dios, un ‘ungido de Yahweh’. Los historiadores creen que Ciro proclamó una amnistía religiosa general que permitió a cada persona venerar según sus creencias. Lo que Ciro mismo puede haber creído, a juzgar por el monumento que se hizo levantar, parece haberse visualizado como un alado Querubín. Ciro el Grande consolidó en un vasto imperio persa todas las tierras que habían sido una vez Sumer y Acadia, Mari y Mittani, Hatti y Elam, Babilonia y Asiria. Y su hijo Cambices (530-522 a.C.) fue el encargado de extender el imperio hasta Egipto, que estaba recuperándose de un período de caos durante el cual estuvo desunido, cambió de capital varias veces, fue gobernado por invasores de Nubia y no impuso ninguna autoridad. Además Egipto estaba en plena descomposición religiosa, sus sacerdotes rendían culto al fallecido Osiris, la diosa principal era Neith cuyo título era Madre de Dios, y el principal objeto de culto era un toro, el sagrado Buey Apis, a quién se honraba con sofisticados funerales. Cambices, como su padre, no era un fanático religioso y dio libertad de culto  a su pueblo; incluso (de acuerdo a una estela en el museo Vaticano) aprendió los secretos del culto a Neith y participó en una ceremonia funeraria para elsagrado Buey Apis.

Esta política religiosa liberal dio a los persas paz en su imperio, pero no para siempre. El descontento, los levantamientos, y las rebeliones estallaron casi en todas partes. Especialmente complicados fueron los crecientes lazos comerciales, culturales, y religiosos entre Egipto y Grecia. Gran parte de la información al respecto viene del historiador griego Heródoto, quién escribió ampliamente sobre Egipto tras su visita alrededor de 460 a.C., coincidiendo con el comienzo de la edad de oro griega. Los persas no podían aprobar esos vínculos porque mercenarios griegos estaban participando en los levantamientos locales. De particular inquietud eran también las provincias en Asia Menor (actual Turquía), en la punta oeste de la cual Asia y los persas eran vecinos de Grecia. Las crecientes tensiones derivaron en guerra abierta cuando los persas invadieron Grecia y fueron derrotados en Maratón en 490 a.C. Una década más tarde una invasión persa por mar fue rechazada por los griegos en el estrecho de Salamina. Pero las escaramuzas por el control de Asia Menor continuaron aún otro siglo, mientras en Grecia los atenienses, espartanos, y macedonios peleaban entre ellos por la supremacía. En estas luchas, una entre los griegos continentales y la otra con los persas, el apoyo de los colonos griegos de Asia Menor fue fundamental. Cuando  los macedonios ganaron la supremacía, su rey Filipo II envió un cuerpo armado al estrecho del Helesponto (hoy día los Dardanelos) para asegurarse la lealtad de los colonos griegos.

En 334 a.C. Alejandro el Grande sustituyó a su padre Filipo II y encabezando un ejército de 15000 hombres se lanzó a la guerra contra los persas. Las victorias de Alejandro y el dominio del Antiguo Oriente por los griegos han sido contados por historiadores y no lo vamos a relatar en este artículo. Lo que sí necesita ser descrito son las razones personales para la incursión de Alejandro en Asia y África. Porque, aparte de todas las razones geopolíticas y económicas para la gran guerra contra los persas, había una razón personal de Alejandro: habían habido persistentes rumores en la corte macedonia de que el verdadero padre de Alejandro no era Filipo sino un dios egipcio, que había seducido a  Olimpia, su madre, disfrazado de humano. Con un panteón griego de doce dioses derivado de Sumer y con relatos de los dioses que emulaban las historias de los dioses del Próximo Oriente, la aparición de este dios egipcio en la corte macedonia no fue consideraba una imposibilidad. Una visita de Alejandro al oráculo de Delfos para averiguar si era en realidad hijo de un dios y por lo tanto inmortal sólo intensificó el misterio; fue aconsejado de buscar la respuesta en un lugar sagrado en Egipto. Por esta razón,  apenas los persas fueron vencidos en la primera batalla, Alejandro, en vez de perseguirlos, dejó su ejército principal y se dio prisa para dirigirse al oasis de Siwa en Egipto. Ahí los sacerdotes le aseguraron que sin duda era un semidiós, e hijo del dios carnero Amon.

Para celebrarlo, Alejandro acuño monedas de plata que lo muestran con cuernos de carnero. Pero mientras el curso de la guerra y las conquistas de Alejandro han sido documentadas por su historiador Calístenes y por otros, su búsqueda personal de la Inmortalidad es mayormente conocida de fuentes consideradas como seudo-Calístenes, o ‘Romances de Alejandro’ que embellecen los hechos con leyendas. Los sacerdotes egipcios dirigieron a Alejandro desde Siwa a Tebas. Allí, en la ribera oeste del Nilo, pudo ver en el templo funerario construido por la reina Hatshepsut  una inscripción atestiguando que ella había sido procreada por el dios Amon cuando llegó hasta su madre disfrazado como su esposo real, exactamente como la historia de la concepción semidivina de Alejandro. En el gran templo de Ra-Amon en Tebas, en el Sancta Sanctorum, Alejandro fue coronado como faraón. Luego, siguiendo las directrices dadas por los sacerdotes en Siwa, penetró en unos túneles subterráneos en la Península de Sinaí, y finalmente fue a donde Amon-Ra, en realidad Marduk, estaba: en Babilonia. Volviendo a dirigir las batallas con los persas, Alejandro llegó a la ciudad de Babilonia en 331 a.C. y entró a la ciudad montado en su carro. En el sagrado recinto se dirigió al  templo zigurat de Esagil para tomar las manos de Marduk como antes que él habían hecho otros conquistadores. Pero el gran dios Marduk ya estaba muerto. De acuerdo a las fuentes, Alejandro vio al dios yaciendo en un ataúd de oro y su cuerpo inmenso preservado en aceites especiales. Todo parece indicar que Marduk ya no estaba vivo, ya que su zigurat Esagil fue descrito como su tumba por distintos historiadores.

A este respecto queremos hacer referencia a la aparente inmortalidad de los dioses de la antigua Sumer, los anunnaki procedentes del planeta Nibiru. Se sabe que los seres humanos tenemos un reloj biológico vinculado al tiempo de traslación de la Tierra alrededor del Sol, que es lo que representamos por 1 año. Además hay otras situaciones repetitivas que nos influyen, como las fases lunares, la rotación de la Tierra, que produce la noche y el día, etc… Se supone que el reloj biológico de los habitantes de un planeta que tuviese un tiempo de traslación alrededor del Sol de 3600 años terrestres (como parece es el caso de Nibiru) estaría ajustado a este tiempo. Ello quiere decir que 1 año de Nibiru equivaldría a 3600 años terrestres. Y según esto, un habitante de Nibiru que viviese 100 años de su planeta, viviría la increíble cifra de 360000 años terrestres. O sea, desde el punto de vista  humano serían inmortales. Pero en realidad envejecían y morían. Además, a medida que alargaran su permanencia en la Tierra sin volver a su planeta, o sus descendientes nacidos en la Tierra, iban sincronizando su reloj biológico con el terrestre y, por lo tanto, iban reduciendo el número de años de vida. Ello explica las progresivas reducciones de años de vida de los reyes antediluvianos, según las tradiciones.  De todos modos parece que algunos de los dioses regresaban periódicamente a su planeta de origen para evitar o minimizar está reducción de su tiempo vital

Según Diodoro de Sicilia(siglo primero a.C.),  unos eruditos Caldeos, que se habían ganado una gran reputación en astrología y que predecían eventos futuros mediante la observación de los tiempos antiguos, advirtieron a Alejandro que moriría en Babilonia, pero que podría escapar a su muerte si levantaba nuevamente la tumba de Belus que había sido destruida por los persas. Entrando en la ciudad, Alejandro no tuvo ni el tiempo ni la mano de obra para realizar la reconstrucción y, consecuentemente, murió en Babilonia en 323 a.C. En la misma época el geógrafo e historiador Strabo, que había nacido en una ciudad griega del Asia Menor, describió Babilonia en su famosa Geografía: “su gran tamaño, los ‘jardines colgantes’ que eran una de las Siete Maravillas del Mundo, sus elevadas construcciones de ladrillos cocidos”. Y añadió:  “Aquí también está la tumba de Belus, ahora en ruinas, habiendo sido demolida por Jerjes, como se dice. Era una pirámide cuadrangular de ladrillos cocidos, no sólo siendo de un estadio de altura. Alejandro intentó reparar esta pirámide; pero hubiera sido una larga tarea y hubiera requerido un largo tiempo, de modo que no pudo terminar lo que había intentado”.

De acuerdo a esta fuente, la tumba de Bel/Marduk fue destruida por el rey persa Jerjes, que fue también gobernante de Babilonia  desde el 486 hasta el 465 a.C. Strabo ya había señalado antes que Belus yacía en un ataúd cuando Jerjes decidió destruir el templo, en 482 a.C. Por consiguiente, Marduk murió no mucho antes. Los principales asiriólogos alemanes, reunidos en a Universidad de Jena en 1922, concluyeron que Marduk ya estaba en su tumba en 484 a.C.. Nabu, el hijo de Marduk, también desapareció de las páginas de la historia más o menos en la misma época. Y así llegó el final, un final verdaderamente muy humano, de la saga de los dioses que tanto influyeron en la historia de la Tierra. El hecho de que este final llegase mientras la Era del Carnero estaba decayendo, probablemente no fue una simple coincidencia. Con la muerte de Marduk y con Nabu desaparecido, todos los grandes dioses que una vez habían dominado la Tierra ya no estaban presentes. Y con la muerte de Alejandro, los semidioses que vinculaban la Humanidad con los dioses aparentemente también desaparecieron. Por vez primera desde que Adán fue creado, el ser humano estaba sin sus dioses. En aquellos desoladores tiempos para la Humanidad, la esperanza vino desde Jerusalén. Sorprendentemente, la historia de Marduk y su destino definitivo en Babilonia había sido correctamente vaticinada en las profecías bíblicas. Ya hemos indicado que Jeremías, mientras predecía un triste final para Babilonia, afirmó que su dios Bel/Marduk estaba condenado a envejecer y morir. No debería sorprendernos que fuese una profecía que se hizo realidad.

Pero mientras Jeremías predijo correctamente la caída final de Asiria, Egipto y Babilonia, profetizó una Sión restablecida, con un templo reconstruido y un ‘final feliz’ para todas las naciones al Final de los Días. Sería un futuro planeado por Dios en su corazón’ desde el comienzo, un secreto que será revelado a la Humanidad en un futuro predeterminado: ‘al Final de los Días te darás cuenta’ y, ‘en ese tiempo, llamarán a Jerusalén el Trono de Yahveh, y todas las naciones se reunirán ahí’. Isaías, en su segundo grupo de profecías, identifica al dios de Babilonia como el ‘Dios Escondido’, que curiosamente es elmismo significado que el dado a Amon. Y previó su futuro en estas palabras: “Bel abatido está, Nebo encogido de miedo, sus imágenes son una carga para las bestias y el ganado… Juntos se encorvaron, se abatieron, incapaces de salvarse de su captura”. Estas profecías, como las de Jeremías, también contienen la promesa de que será presentado un nuevo comienzo y una nueva esperanza a la Humanidad.   Vendrá un Tiempo Mesiánico cuando ‘el lobo habite con el cordero’. Y, añadió el Profeta, ‘sucederá al Final de los Días que el Monte del Templo de Yahveh será reconocido como el más importante de todos los montes, exaltado sobre todas las colinas; y todas las naciones se congregarán a él’; será entonces que todas las naciones ‘fundirán sus espadas en arados y sus lanzas en azadones, una nación no levantará su espada contra otra, y ya no será enseñada más la guerra’.

E Isaías también dijo: “Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.» Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”. La afirmación de que después de una serie de tribulaciones y de que pueblos y naciones sean juzgados por sus pecados, vendrá un tiempo de paz y justicia,  también fue hecha por los Profetas anteriores, aunque predicaron el Día del Señor como un día de juicio. Entre ellos estuvo Oseas, quién previó el retorno del reino de Dios a través de la Casa de David al Final de los Días, y Miqueas, quién empleando palabras idénticas a las de Isaías, declaró que ‘al Final de los Días sucederá’.  Miqueas consideró además la restauración del Templo de Dios en Jerusalén y el reinado universal de Yahveh a través de un descendiente de David como un requisito previo: “unacondición impuesta desde el inicio mismo, emanada desde tiempos antiguos, desde los días imperecederos”.

En aquellas predicciones del Fin de los Días había dos consideraciones a tener en cuenta: una, que el Día del Señor será un día de juicio sobre las naciones, que será seguido por una renovación y una Era feliz centrada en Jerusalén; otra,  que todo ha sido preordenado y que el final ya estaba previsto por Dios desde el comienzo. El concepto de un Fin de los Tiempos, cuando el curso de los eventos será interrumpido y comenzará una nueva Era, puede de hecho encontrarse en los primeros capítulos bíblicos. El término hebreo Acharit Hayamim (‘fin de los días’) ya fue utilizado en la Biblia cuando el moribundo Jacob convocó a sus hijos y dijo: ‘Reúnanse todos juntos, que les diré lo que les va a suceder el Fin de los Días’. Es una declaración, seguida por predicciones detalladas que se asocian con las doce casas zodiacales,  que presuponen que la profecía está basada en el conocimiento anticipado del futuro. Y de nuevo, en el Deuteronomio, cuando Moisés, antes de morir, al revisar el legado divino de Israel y su futuro, consuela así a la gente: ‘Cuando en tribulaciones estén y tales cosas les sucedan, en el Fin de los Días a Yahveh tu Dios retornarás y escucharás Su voz.’

La insistencia en el papel de Jerusalén, especialmente de su Monte del Templo,  como el faro de  todas las naciones, tenía más que un simple motivo teológico. Se cita una razón muy práctica: la necesidad de tener listo el sitio para el retorno de la ‘Kavod’ de Yahveh, que curiosamente es el mismo término empleado por Ezequiel para describir el vehículo celestial de Dios. Según el Profeta Ageo:  “La Kavod que será consagrada en el Templo reconstruido, ‘desde donde concederé la paz, será mayor que la del Primer Templo”. Significativamente, la venida de la Kavod a Jerusalén fue repetidamente vinculada por Isaías al otro sitio espacial: el de Líbano, en Baalbek: Es desde allá que la Kavod de dios llegará a Jerusalén, se señala. Uno no puede obviar la conclusión que era esperado un retorno divino al Fin de los Días; pero ¿cuándo será el Fin de los Días? La pregunta no es nueva, porque ha sido formulada desde la antigüedad, incluso por los mismos Profetas que habían hablado del Fin de los Días.

Las profecías de Isaías  se refieren a este tiempo: “‘cuando una gran trompeta será soplada y las naciones se reunirán y se inclinarán ante Yahveh en el Monte Sagrado en Jerusalén”. También Isaías se quejó a Dios de que sin más detalles la gente no podría comprender la profecía: “La regla está sobre la regla, la regla está dentro de la regla, la línea está sobre la línea, la línea está con la línea, un poco aquí, algo allá”. Cualquier respuesta que le haya sido dada, se le ordenó no divulgarla; Isaías se refiere a ‘signos oraculares’, insinuando la existencia de un secreto ‘Código Bíblico’ que impedía que el plan divino pudiese  ser comprendido antes del tiempo apropiado. Su código secreto pudo haber sido insinuado cuando el Profeta le pide a Dios, identificado como el ‘Creador de la letras’, que ‘hable de las letras de atrás’.  El Profeta Sofonías, cuyo nombre significa misteriosamente ‘codificado por Yahveh’,transmitió un mensaje de Dios indicandoque será en el tiempo en que reúna las  naciones cuando él ‘hablará en un lenguaje claro.’ Y añadió:  ‘Tú sabrás cuando sea el momento de hablar”. 

La Biblia trata repetidamente de la pregunta ¿cuándo vendrá el Fin de los Días? Está en el Libro de Daniel, el mismo Daniel que descifró para Baltasar la misteriosa “escritura de una enigmática mano en el muro”. Fue después que Daniel comenzó a tener sueños proféticos y ver visiones apocalípticas del futuro,  en el que cumplían papeles claves el ‘Anciano de los Días’ y sus arcángeles. Sorprendido, Daniel pidió explicaciones a los ángeles; pero las respuestas fueron nuevas predicciones de sucesos futuros, teniendo lugar en el Fin de los Días¿Y cuándo será eso? preguntó Daniel; las respuestas sólo añadieron nuevos enigmas. En una ocasión un ángel respondió sobre los hechos futuros, “un tiempo cuando un rey profano tratará de cambiar los tiempos y las leyes; durará un tiempo, tiempos y un medio tiempo; sólo después de aquello, cuando el reino de los cielos sea dado a la gente por el Sagrado de los Más Grandes vendrá el prometido Tiempo Mesiánico”. En otra ocasión el ángel respondió con esta otra enigmática frase: “Setenta siete y setenta sesenta de años han sido decretados para tu gente y tu ciudad hasta que la medida de su transgresión sea completada y la visión profética sea ratificada”; y para completar el enigma todavía afirmó: ‘después de los setenta y sesenta y dos años, el Mesías será suprimido, un líder vendrá que destruirá la ciudad y el final vendrá como inundación”.

Buscando una respuesta más clara, Daniel pidió al mensajero divino que hablara con sencillez: “¿Cuánto tiempo transcurrirá hasta que estas cosas terribles sucedan?”.  En respuesta, recibió de nuevo la enigmática sentencia de que el Fin vendrá después de “un tiempo, tiempos y medio tiempo”. Pero, ¿qué significa esta misteriosa frase? “Escuché y no comprendí”, escribió Daniel en su libro. Así que dije: “Mi señor, ¿cuáles serán las consecuencias de esas cosas?”. Una vez más, hablando en clave, el ángel respondió: “desde el tiempo en que las ofrendas regulares sean abolidas y una abominación atroz sea establecida, habrá un mil y dos cientos y noventa días; feliz aquel que espere y alcance un mil tres cientos y treinta y cinco”. Y habiendo dado a Daniel esa información, el ángel, que lo había llamado antes ‘Hijo de Hombre’, le dijo: “Ahora, vete a descansar, y te levantarás para recibir tu destino al Fin de los Días”. Como Daniel, generaciones de académicos bíblicos, teólogos y sabios, incluido Sir Isaac Newton, también han dicho “escuchamos, pero no comprendemos”.

El enigma no sólo lo constituye el significado de ‘tiempo, tiempos y medio tiempo’ y las demás frases, sino el saber cuando comenzó la cuenta. La incertidumbre proviene del hecho de que las visiones de Daniel, como la cabra atacando un carnero o los dos cuernos multiplicándose a cuatro y después dividiéndose, le fueron explicadas por los ángeles como sucesos que iban a ocurrir mucho más allá de la época de Daniel, más allá de la caída de Babilonia e incluso más allá de la reconstrucción del Templo después de setenta años. La subida y desaparición del imperio persa, la llegada de los griegos bajo el liderazgo de Alejandro y la división de su imperio entre sus sucesores, está predicho con tal exactitud que muchos académicos creen que las profecías de Daniel son posteriores a los eventos. Dicho en otras palabras, que la parte profética de libro fue escrita realmente alrededor del 250 a.C. pero se simuló que había sido redactada tres siglos antes. El argumento principal es la referencia, en uno de sus encuentros angélicos, del inicio de la cuenta “desde el tiempo en que las ofrendas regulares en el templo sean abolidas y una abominación atroz sea establecida”. Eso podía sólo referirse a los hechos que tuvieron lugar en Jerusalén en el día 25 del mes hebreo Kislev en el 17 a.C. Kislev es el tercer mes del calendario hebreo moderno, que comienza con la Creación del mundo, y el noveno mes según el ordenamiento de los meses en la Biblia, que comienza por Nisán, en conmemoración de la salida de los hebreos de la esclavitud en Egipto. La fecha se halla documentada con exactitud, porque fue entonces que “la abominación de desolación” fue instalada en el Templo, señalando el comienzo del Fin de los Días.

En el siglo veintiuno a.C., cuando fueron empleadas armas nucleares en la Tierra, Abraham fue bendecido con pan y vino en Ur-Shalem en nombre del Dios Más Grande y entonces fue proclamada la primera religión monoteísta de la Humanidad. Veintiún siglos más tarde, un devoto descendiente de Abraham celebró una cena muy especial en Jerusalén, llevó en su espalda una cruz, el símbolo del planeta Nibiru, hasta el lugar de su ejecución, dando nacimiento a otra religión monoteísta. Aun tenemos muchas preguntas sin responder: ¿Quién fue en realidad Jesús? ¿Qué misión estaba cumpliendo en Jerusalén? ¿Hubo un complot en su contra o fue algo programado con su consentimiento? ¿Qué era realmente el cáliz que ha dado origen a las leyendas acerca del Santo Grial?   En su última noche de libertad celebró la cena ceremonial de la Pascua Judía con vino y pan sin levadura junto a sus doce discípulos. Y la escena ha sido inmortalizada por algunos de los más grandes pintores, siendo la más famosa de ellas ‘La Última Cena’ de Leonardo da Vinci.  Leonardo fue reconocido por su conocimiento científico y teológico; lo que su pintura muestra ha sido discutido y analizado hasta hoy, incrementando, más que resolviendo, los enigmas.

La clave para desentrañar los misterios está en lo que la pintura no muestra. Es lo que falta lo que contiene respuestas al rompecabezas sobre la relación entre  Dios y el Hombre en la Tierra, que podemos resumir en Jerusalén y el Cáliz. El pasado, presente y futuro convergen separados por veintiún siglos.  Y Jerusalén fue clave para los eventos relacionados con las profecías bíblicas acerca del Fin de los Días. Para comprender qué sucedió hace veintiún siglos, necesitamos retroceder en la historia hasta Alejandro, quién se  consideraba a si mismo como hijo de un dios, aunque murió en Babilonia a la temprana edad de treinta y dos años. Mientras vivió, controló a sus generales mediante una mezcla de favores, castigos e incluso asesinatos. Incluso algunos creían que Alejandro fue envenenado.  Después de su muerte, su hijo de cuatro años y su protector, el hermano de Alejandro, fueron asesinados, y los generales se dividieron entre ellos las tierras conquistadas: Tolomeo y sus sucesores, acuartelados en Egipto, se quedaron con los dominios africanos de Alejandro;  Seleuco y sus sucesores, desde Siria, controlaron Anatolia, Mesopotamia y las distantes tierras de Asia; Judá, con su capital Jerusalén, terminó como parte del reino de Tolomeo y sus sucesores.

Los Tolomeos, habiendo conseguido disponer del cuerpo de Alejandro para su funeral en Egipto, se consideraban sus verdaderos herederos y continuaron su actitud tolerante hacia otras religiones. Fundaron la famosa Biblioteca de Alejandría y decidieron que Manetón,  un sacerdote egipcio, pusiese por escrito para los griegos la historia y la prehistoria divina de Egipto. Esto convenció a los Tolomeos de que su civilización era una continuación de la egipcia y por eso se consideraban los legítimos sucesores de los faraones. Los eruditos griegos mostraron particular interés en la religión y los escritos judíos, tanto que los Tolomeos ordenaron la traducción de la Biblia hebrea al griego  y otorgaron a los judíos total libertad de culto en Judá, así como en sus crecientes comunidades en Egipto. Como los Tolomeos, los seléucidas también tuvieron un estudioso de habla griega, un antiguo sacerdote de Marduk llamado Beroso, para compilar la historia y la prehistoria de la Humanidad y sus dioses de acuerdo a los conocimientos mesopotámicos. Su investigación de la historia la escribió en una biblioteca de tabillas cuneiformes ubicada en Harán.

Es a partir de los tres libros de Beroso, de los que sólo se conservan fragmentos,  que el mundo occidental, en Grecia y Roma, aprendieron sobre los anunnakis y su venida a la Tierra, la era antediluviana, la creación del Homo Sapiens, el Diluvio, y todo lo que siguió a aquella catástrofe global. Así, gracias a Beroso, como fue confirmado más tarde por el  descubrimiento de las tablillas cuneiformes, se conoció el SAR, o año de 3600 años terrestres de los dioses. En 200 a.C. los seléucidas cruzaron la frontera de los reinos de los Tolomeos y capturaron Judá. Como en otras ocasiones, los historiadores han buscado razones geopolíticas y económicas para esta guerra, ignorando los aspectos religioso-mesiánicos. Fue en un documento acerca del Diluvio en el que Beroso informó que Ea/Enki instruyó a Ziusudra (el Noé sumerio) para, “ocultar todos los escritos disponibles en Sippar, la ciudad de Shamash, para una recuperación postdiluviana, porque esos textos eran acerca del  inicio, el medio, y el final”. De acuerdo a Beroso, el mundo atraviesa cataclismos periódicos, y los relacionó con las Eras zodiacales, habiendo comenzado la existente en aquellos tiempos 1920 años antes de la Era Seléucida (312 a.C.); lo que estaría señalando el inicio de laEra del Carnero en 2232 a.C., una Era destinada a su fin por aquellos tiempos si nos atenemos a los cálculos matemáticos (2232-2160 = 122 a.C.)

Los documentos disponibles sugieren que los reyes seléucidas, asociando esos cálculos con el Retorno Perdido, se vieron apremiados por la necesidad de prepararse urgentemente para ello. Comenzó un frenesí de reconstrucción de los arruinados templos de Sumer y Acadia, especialmente la E.ANNA (la ‘Casa de Anu’) en Uruk. El Sitio de Aterrizaje en Líbano, llamado por ellos Heliopolis, ciudad del dios Sol, vio la construcción de un templo en honor a Zeus. La razón para la captura de Judá fue la urgencia para construir en Jerusalén el aeropuerto espacial para el Retorno. Fue la manera griego-seléucida de prepararse para la reaparición de los dioses. Diferentes de los Tolomeos, los gobernantes Seléucidas estaban determinados a imponer la cultura y la religión helénicas en sus dominios. El cambio fue más importante en Jerusalén, donde fueron estacionadas tropas extranjeras y se limitó la autoridad de los sacerdotes del Templo. La cultura y las costumbres helénicas fueron introducidas por la fuerza; incluso los nombres tuvieron que ser cambiados, comenzando por el sumo sacerdote, que fue obligado a cambiar su nombre de Joshua a Jasón.

Las leyes civiles redujeron los derechos de los ciudadanos judíos en Jerusalén; los impuestos fueron incrementados con el fin de financiar la enseñanza del deporte y la lucha en vez de la Torah; y en los campos fueron erigidos santuarios para las deidades griegas y se enviaron soldados para forzar su veneración. En 169 a.C. el entonces rey seléucida, Antíoco IV,  que adoptó el nombre de Epifanio, vino a Jerusalén. No fue una visita de cortesía, ya que violando la santidad del Templo, penetró en el  Sancta Sanctorum. A sus órdenes, fueron confiscados los objetos rituales de oro guardados en el Templo, se puso un gobernador griego a cargo de la ciudad y se construyó al lado del Templo una fortaleza con soldados extranjeros. De vuelta a su capital Siria, Antíoco emitió una proclama requiriendo la veneración de los dioses griegos por todo el reino; en Judá, prohibió específicamente la observancia del Sabbath y la circuncisión. De acuerdo con el decreto, el Templo de Jerusalén iba a convertirse en un templo de Zeus; y en 167 a.C. en el día 25 del mes hebreo Kislev, equivalente al 25 de Diciembre actual, una estatua representando a Zeus, ‘El Señor de los Cielos’, fue instalada por soldados siriogriegos en el templo y el gran altar fue empleado para sacrificios a Zeus.

El sacrilegio no pudo haber sido mayor. Y el levantamiento judío, comenzado y liderado por un sacerdote de nombre Matityahu y sus cinco hijos, es conocido como el Hashmonean o la Revuelta Macabea. Iniciada en las zonas rurales, enseguida la revuelta se impuso a la guarnición griega. Los griegos se apresuraron a reforzarse, pero la revuelta se extendió por todo el  país. Y lo que les faltaba a los Macabeos en número y armas, lo compensaron por la ferocidad de su fervor religioso. Los hechos, descritos en el Libro de los Macabeos, no dejan duda de que la pelea era guiada por una cierta planificación: era imperativo recuperar Jerusalén, limpiar el Templo, y volverlo a dedicar a Yahveh. Dirigiendo las fuerzas para capturar el Monte del Templo, los macabeos limpiaron el Templo y la llama sagrada fue vuelta a encender ese año; la victoria final, que derivó en el completo control de Jerusalén y la restauración de la independencia judía, tuvo lugar en el 160 a.C. La victoria y dedicación del Templo son aun celebrados por los judíos como la fiesta de Hanukkah (‘rededicación’) en el día veinticinco del mes de Kislev.

La secuencia de estos sucesos parece estar vinculada a las profecías del Fin de los Días. De esas profecías, las únicas que ofrecían claves numéricas específicas en relación al futuro Fin de los Días, fueron transmitidas a Daniel por los ángeles. Pero las cuentas fueron expresadas de forma enigmática, ya sea bajo la forma de una unidad llamada ‘tiempo’, o en ‘semanas de años’, e incluso en números de días. En esa situación, la cuenta debió comenzar desde el día en que “la ofrenda regular es abolida y una abominación atroz es instalada’ en el templo de Jerusalén”; hemos establecido que tal abominable acto en verdad tuvo lugar un día en 167 a.C. Con la secuencia de esos eventos en mente, la cuenta de días dada a Daniel debe ser aplicada a los hechos específicos en el Templo: su profanación en 167 a.C., ‘cuando la ofrenda regular es abolida y una abominación atroz es instalada’, la limpieza del Templo en 164 a.C., después de ‘mil y dos cientos y noventa días’, y la completa liberación de Jerusalén en 169 a.C., explicada en el texto ‘feliz aquel que espera y llega a los mil tres cientos y treinta y cinco días’.

El número de días, 1290 y 1335, encajan con la secuencia de sucesos en el Templo. De acuerdo al Libro de Daniel, fue entonces que el reloj del Fin de los Días comenzó su cuenta. La urgencia en reconquistar la ciudad y la expulsión de los soldados extranjeros no circuncidados del Monte del Templo en el año 160 a.C., contiene una importante clave. Aunque hemos estado usando la cuenta de antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.) para datar los eventos, obviamente la gente de aquellos días no empleó un calendario basado en el futuro calendario cristiano. El calendario hebreo, como hemos mencionado en varios artículos, era el calendario iniciado en Nippur en el 3760 a.C. Y, de acuerdo a ese calendario, lo que llamamos 160 a.C. era el año 3600 del calendario nippuriano,  Esto equivale a un SAR, el período de la órbita del planeta Nibiru. Y aunque se supone que Nibiru había reaparecido cuatrocientos años antes, el cumplimiento de un SAR, equivalente a 3600 años terrestres, que marcaban la finalización de un Año Divino, era de una clara relevancia. Para quienes las profecías bíblicas del retorno de la Kavod de Yahveh al Monte del Templo eran incuestionables, el año que llamamos ‘160 a.C.’ fue un momento crucial, independientemente de donde  estaba el planeta Nibiru. Dios había  prometido regresar a Su Templo y el templo tenía que estar purificado y listo para este importante evento.

el Libro de Jubileos, un libro extrabíblicos posiblemente escrito en hebreo en los años siguientes a la revuelta macabea, indica que la medición del paso de los años de acuerdo al calendario nippuriano/hebreo se mantuvo. Recuenta la historia del pueblo judío desde el tiempo del Éxodo en unidades de tiempo llamados Jubileos,  unidad de 50-años decretada por Yahveh en el Monte Sinaí. Además creó una cuenta histórica que desde entonces ha sido conocida como Annu Mundi, que comienza en el 3760 a.C. Este calendario no solamente fue conservado en el antiguo Próximo Oriente, sino que incluso determinó cuando los eventos iban a ocurrir.  Si escogemos unos cuantos de esos eventos históricos, esto es lo que ocurre cuando el ‘a.C.’ es convertido a ‘c.n.’ (calendario nippuriano):  Civilización sumeria; comienza el calendario de Nippur Nippur (3760 a.C.= 0 c.n); Incidente de la Torre de Babel (3460 a.C =300 c.n); Los dioses Anunnaki completan su Partida y los persas, con Ciro, desafían Babilonia (560 a.C. = 3200 c.n.);  Los Macabeos liberan Jerusalén (160 a.C. = 3600 c.n.)Jesús de Nazaret da comienzo a la cuenta d.C. (0 a.C = 3760 c.n.).

El siglo y medio que ocurrió desde la liberación macabea de Jerusalén hasta los hechos relacionados con Jesús fueron algunos de los más turbulentos en la historia del mundo antiguo y del Pueblo Judío en particular. Ese crucial período, cuyos sucesos nos afectan hasta hoy día, comienza con un júbilo comprensible. Por primera vez en muchos siglos los judíos fueron de nuevo dueños de su capital y su Templo, libres para escoger sus propios reyes y su Sumo Sacerdote. Aunque la guerra continuaba en las fronteras, éstas se extendían hasta abarcar bastante del viejo reino del tiempo de David. El establecimiento de un estado Judío independiente, con Jerusalén como su capital, bajo los Asmodianos, fue un hecho triunfal en todos los aspectos, menos en uno muy importante: El retorno de la Kavod de Yahveh esperada al Fin de los Días, nunca tuvo lugar, aunque el conteo de los días desde el tiempo de la abominación parecía haber sido correcto. Se hizo evidente que los enigmas de las cuentas de Daniel, de ‘años’, ‘semanas de años’ y de ‘Tiempo, Tiempos’ aun tenían que ser descifrados.

Para ello fueron claves las profecías en el Libro de Daniel que hablan de la elevación y caída de futuros reinos después de Babilonia, Persia, y Egipto (reinos enigmáticamente llamados “del sur, del norte, o un navegante Kittim; y reinos que nacerán por la partición de otros, pelearan entre ellos, plantarán tabernáculos de palacios entre los mares”. También se encuentran toda clase de futuras entidades que también estaban representadas de forma críptica por diversos animales: un carnero, una cabra o un león.  Y se dice que sus descendencias, llamadas misteriosamente ‘cuernos’ de nuevo se romperán y lucharán entre ellos. ¿Cuáles eran esas futuras naciones y qué guerras eran las previstas? El Profeta Ezequiel también habló de grandes batallas por venir, entre el norte y el sur, entre un enigmático Gog y un no menos enigmático Magog. Y la gente se preguntaba si los reinos profetizados ya habían aparecido en la escena, tales como la Grecia de Alejandro, los Seléucidas o los Tolomeos. ¿Se referían a ellos las profecías o era algo aún por llegar en un futuro lejano? Había mucha confusión al respecto: ¿Era la la Kavod en el Templo de Jerusalén un objeto físico o era algo simbólico?

El liderazgo judío se dividió entre los devotos fariseos y los más liberales saduceos, que eran de mentalidad más abierta y reconocían la importancia de una diáspora judía ya esparcida por Egipto, Anatolia y Mesopotamia. En adición a estas dos corrientes principales, surgieron pequeñas sectas, a veces organizadas en sus propias comunidades, como los Esenios autores de los Rollos de Mar Muerto, que se recluyeron en Qumran. En los esfuerzos para descifrar estas profecías tenía que figurar un nuevo poder emergente: Roma. Habiendo ganado repetidas guerras contra los fenicios y los griegos, los romanos controlaron el Mediterráneo y comenzaron a involucrarse en los asuntos del Egipto Tolemaico y el Levante Seléucida (Judá incluida). Sus ejércitos seguían a los delegados imperiales y, en el 60 a.C., los romanos, bajo el mando de Pompeyo, ocuparon Jerusalén. En su viaje, como Alejandro había hecho antes, se desvió a Heliópolis (Baalbek) y ofreció sacrificios a Júpiter. Ello  fue seguido por la construcción, en lo alto de los colosales bloques de piedra anteriores, del más grande templo del imperio romano dedicado a Júpiter.

Una inscripción conmemorativa encontrada en el lugar indica que el emperador Nerón visitó el lugar en el 60 a.C., lo que sugiere que el templo romano ya había sido construido anteriormente. La confusión en esos días encontró expresión en una proliferación de escritos histórico-proféticos, como el Libro de los Jubileos, el Libro de Enoch, los Testamentos de los Doce Patriarcas,  laAsunción de Moisés y otros conocidos como los Apócrifos. El tema común era la creencia de que la historia es cíclica y que todo ha sido predicho. También la creencia en que el Fin de los Días, un tiempo de confusión y desorden, marcará no sólo el fin de un ciclo histórico sino el inicio de uno nuevo, y que el desorden de aquel tiempo será manifiesto por la llegada del ‘Ungido’ (Mashi’ach en hebreo, Chrystos en griego, y Mesías o Cristo en español). El acto de ungir un nuevo rey con aceite sacerdotal era conocido en todo el mundo antiguo, al menos desde los tiempos del rey Sargón. Fue reconocido en la Biblia como un acto de consagración a Dios desde los primeros tiempos, pero su instancia más memorable fue cuando el sacerdote Samuel, custodio del arca de la Alianza, convocó a David, el hijo de José, y, proclamándolo rey por a gracia de Dios, tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. Y, a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh.

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